14 de julio de 2010

Estar en comunión con el Papa


"El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral..." (Catecismo 891)

Los católicos sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, porque así lo revela el Señor, pero a veces vemos cómo la barca de Pedro se tambalea y de qué forma. Nos entristecemos cuando observamos que no todos los ataques que hacen daño a la Iglesia vienen de fuera, sino que por el contrario, algunos son producto del pecado de sus miembros. Así sucedió durante siglos con ciertas herejías. Sin embargo, la Iglesia sobrevivió a todo ello sin ceder al engaño y manteniendo la integridad de su doctrina.

Y nosotros, miembros de la Iglesia, sabemos que navegamos en una barca que puede parecer frágil, pero que nunca naufragará. Siendo así, ¿podemos separarnos de la Piedra sobre la que Cristo fundó su Iglesia? Esta Piedra es Pedro.

Hace unos meses, hablaba con un grupo de chicos y chicas que iban a ser confirmados y, preguntándoles sobre quién es el Papa para ellos, respondían que es ‘el Vicario de Cristo’, el ‘sucesor de Pedro’ o ‘el Sumo Pontífice’. Todas ellas, buenas respuestas. Sin embargo, cuando ahondaba sobre temas morales como la anticoncepción, las relaciones prematrimoniales o la inseminación artificial, cuestiones sobre las que los Papas han expresado clarísimamente cuál es la doctrina de la Iglesia al respecto, no todos aceptaban este magisterio, sino que recurrían a los consabidos argumentos de que ‘la Iglesia tiene que ponerse al día, no va con los tiempos, tarde o temprano aceptará estas cuestiones que, al fin y al cabo, no hacen daño a nadie’.

Cuando el Vicario de Cristo enseña que sólo es válido el matrimonio entre un hombre y una mujer, o que destruir a una persona en el vientre de su madre es un crimen gravísimo, o que la fecundación artificial, es decir, procrear fuera de la unión conyugal, es un acto ilícito, está enseñando cuestiones de ley natural que deben ser obedecidas.

La cultura pagana de nuestros días quiere convertir la virtud de la obediencia en un servilismo que hay que rechazar. Alguno se pregunta: "¿Por qué lo que dice el Papa vale más que lo que pienso yo? ¿No puedo tener mi propia opinión?"

Tenemos que entender que no todo es opinable. No vale decir ‘eso para mí no es pecado’. Y no basta con querer al Papa, con admirar al Papa. Algunos católicos ven al Pontífice como una figura representativa, admiran su carisma, su personalidad, y dicen de él que es la máxima representación de la Iglesia. Algo así como un diplomático de primer orden. Pero el Papa es mucho más que eso. Tiene una autoridad que llega a las conciencias. Cuando un católico desobedece las enseñanzas del Vicario de Cristo en cuestiones de fe o moral, desobedece al mismo Cristo que es quien le ha dado esos poderes. No se trata de ‘obedecer’ porque sí. Se trata de vivir unidos a Cristo, de ser sarmientos unidos a la Vid.

San Pablo exhorta a "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que habéis sido llamados" (Ef 4, 3-4). La Iglesia es una sola, y Pedro es Pastor del rebaño. Estar en comunión con el Papa es garantía de unidad. Sigamos a Pedro para ser una sola cosa con Cristo en la Iglesia.