23 de abril de 2013

Periferias escondidas


Hoy por hoy ya conocemos un poco la afirmación del Papa Francisco, pero siempre es bueno recordarla textualmente:

“La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia, las del pensamiento, las de toda miseria (…). Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma”.
Don Joan Carreras ha iniciado una serie de reflexiones en sucesivos post que me han parecido muy acertadas y de gran importancia acerca de este tema de las periferias. Deseo de veras que no se detenga y nos acompañe mucho más en esta profundización del mensaje de nuestro querido Papa. Quisiera hoy aportar mi granito de arena en este camino.
Estuve reflexionando y orando y me di cuenta de algo muy importante: las periferias siempre son vergonzantes. Quienes las padecen se ven obligados, además de sufrirlas, a ocultar que las padecen, incluso a veces ocultárselo a sí mismos. El inmigrante sin papeles ha de disimularlo para no ser detenido o deportado. En “La misión del pueblo que sufre”, Carlo Carretto explica cómo una joven madre cuyo bebé muere en sus brazos en el autobús se ve obligada a disimularlo por razones parecidas. Quien no tiene la buena fortuna que los demás tienen, en general, debe esconderlo para no verse además de esa desgracia, aquejado de otra: ser marginado por ello. Y, no nos engañemos, todos tenemos nuestras periferias, más grandes o más pequeñas. Solemos esconderlas bien, que no se noten, no tanto por pudor como por soberbia. Ni siquiera nosotros queremos sabernos necesitados y miserables. Un poco por miedo, otro poco por arrogancia y mucho por pelagianismo. Pelagianismo aplicado: en el fondo creemos que lo bueno que nos sucede, lo merecemos por nuestro esfuerzo, lo hemos ganado solitos o casi y, si damos gracias a Dios, muchas veces es sólo de modo superficial y de boquilla. Recíprocamente, vivimos en una inadmitida convicción de que lo malo que ocurre a otros, es por su culpa. Deshacernos de la parte de esa contaminación que viva en nosotros es esencial para poder salir a las periferias para llevar el Evangelio, la Buena Noticia.
Si las periferias se ocultan habitualmente, ¿cómo las descubriremos, para poder llegar a ellas? Ahí está otro de los factores que influyen: solemos estar demasiado ensimismados, encerrados en nuestro pequeño mundo. Vamos con mil problemas, cosas pendientes, quejas…en un interminable monólogo interno. Es necesario abrirse a la voz del otro, más bien a la voz del Otro, Dios, que nos habla y que muchas veces lo hace también a través del otro. Allí donde hay un hermano nuestro, Jesús vive en Él crucificado de alguna manera. Incluso en mí mismo. Él murió para redimirnos en una periferia, extramuros de la ciudad y de la buena imagen social. Lo hizo para rescatarnos. ¡Ha resucitado! Vayamos con los ojos y, sobre todo, las manos y el corazón bien abiertos para descubrir esas periferias en la que gritar: “Cristo ha resucitado verdaderamente, aleluya”.

Todos tenemos algo que contar, algo que desahogar, una ayuda que pedir. En general bastan una sonrisa, un semblante afable, un corazón que no es altanero, ni chismoso, ni juzga, para que los muros de las periferias comiencen a derribarse. El buen pastor no espera sentado a la oveja perdida, sale en su busca.