12 de noviembre de 2013

La Muerte De San José

Dice un dicho: cual es la vida tal es la muerte. La vida de san José es la vida de mayor amor después de la Virgen María y en unión con ella. Sí, después del amor de María no hay amor de hombre mortal que haya subido a tanta altura y perfección como el de San José, muy por encima del amor de todos los ángeles y santos y el más cercano al sublime amor de la Virgen. Un amor semejantísimo al de María, pues tenía un alma semejantísima a la de ella  como dice San Bernardo.. Podemos decir que toda su vida fue puro, perfecto y cabal amor. Su muerte tuvo que ser puro amor.

No sabemos cuando ni cómo murió San José. Nada nos dice le Evangelio, como tampoco nos dice nada da la muerte de al Virgen María. Todos los entendidos dicen que murió antes de la vida pública de Jesús, pero sin poder precisar más la fecha, pues no aparece San José en ningún momento de la misma y cuando muere encomienda a su madre al apóstol San Juan, lo que no hiciera si todavía estuviese vivo su esposo San José.

Nada sabemos de la fecha, nada sabemos de los detalles de su muerte. Guiados por la enseñanza de los místicos y por los más nobles sentimientos y conjeturas podemos afirmar lo siguiente. San José murió de amor, de lo que había vivido. San Juan de la Cruz, hablando de las almas que han llegado al grado de matrimonio espiritual en el camino de la santidad: escribe: “De adonde es de saber que el morir natural de las almas que llegan a este alto estado, aunque la condición de su muerte en cuanto al natural es semejante a la de los demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia…Estos, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetu y encuentro de amor, mucho más sentido que los pasados y más poderosos y valeroso, pues pudo romper la tela y llevarse la joya del alma…, su muerte es muy suave y muy dulce, más que les fue toda la vida, pues mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellos como el cisne que canta más dulcemente cuando muere” (Ll 1,30).          

De un ímpetu poderoso y fuerte de amor murió San José, máxime estando con él su amadísimo Hijo y su queridísima esposa, más que capaces de arrancar el alma en un encuentro de amor, porque allí estaban ellos acompañándole y despidiéndole.¿Quién será capaz de imaginar la tierna despedida de su padre y esposo San José y los dulces consuelos que le darían, sabiendo los abismos de amor mutuo que había en los corazones de los tres? Se amaban íntima, tierna y extremadamente con dulcísimo amor. Purísimo amor. En la representación de la muerte de San José siempre aparecen los dos desvelados por él, dándole lo mejor de su corazón ¡y era tanto!

San José murió en brazos de Jesús, su Hijo. Tomó, pues, Jesús en sus brazos al agonizante José y reclinando este su cabeza sobre el pecho amoroso de su Hijo, entregó su espíritu al Señor por la vehemencia de un ímpetu de amor celestial.  ¡Qué muerte más dulce! ¡Qué felicidad! ¡Qué amor! Los brazos de Jesús, que acogieron  a su padre en los últimos momentos fueron  su mejor tesoro y el mejor y más dulce don. El que le había acogido en los suyos de niño tantas veces siente el calor de los brazos de su Hijo Jesús en sí mismo.. Le cerró los ojos con sus propias manos y celebró su entierro junto con María la esposo de José con filiales lágrimas –había  llorado por su amigo Lázaro muerto-  y le dio digna sepultura en el sepulcro de sus antepasados.

Juan Gersón describe con estas palabras esos últimos momentos de la vida de San José. “Había de llegar el día que te preparase con la muerte / la vida eterna, ¡oh justo José! descendiente ínclito de David. / Está Cristo con su madre piadosa, a quienes había servido de oficio, / y consuelan con rostro plácido al que se va./ Aunque el amor natural se colmase hasta  el límite / de lágrimas nacidas de lo más íntimo, y es necesario creerlo así, / que Jesús lloró a su padre y la Virgen benigna a su esposo, / esta se inclinó sobre el lecho amado de su fiel custodio / y abrazándole, le besa con labios puros. Esposo mío, exclama, / ¿te me vas? ¿Me abandonas y dejas viuda para padecer terriblemente? / Se haga con todo el querer de Dios; amado mío, adiós. / Nada temas, pues Jesús te colocará en un sitio tranquilo. / Inmediatamente José descansó con una muerte preciosa”. (josefina, dist. 12).

A Santa Teresa se le atribuye el dicho de que San José murió de puro amor de Dios. Así lo afirma también San Francisco de Sales: San José, “un justo que tanto había amado en la vida, sólo podía morir de amor; de donde sucedió que no pudiendo su alma  amar  a su querido Jesús entre las distracciones de esta vida con toda la intensidad y fuerza apetecibles, y habiendo cumplido el servicio a que había sido destinado, no le faltaba  sino decir al Padre celestial: Oh Padre, ya he cumplido la obra que me confiaste (Job 17,4)” (Tratado del amor de Dios, l. VII, c. 13)

Y este es el sentir de todos los autores y devotos de san José. San José murió de un ímpetu de amor divino. Y por esta muerte preciosa de amor en brazos de Jesús y María, San José es patrono y abogado de la buena muerte. Él vela especialmente por los moribundos. Patrono de la Iglesia universal, lo es particularmente de estos miembros de la misma que están a punto de partir para el encuentro con el Padre. Les ayuda, les protege, les asiste, les consuela en esos momento tan duros para la naturaleza. Es un consuelo saber y creer que tenemos un poderoso y buenísimo abogado en aquella hora especial de partir para el Padre.     


                                                                                  P. Román Llamas, ocd