20 de noviembre de 2013

Mis caminos, vuestros caminos



Hay dos textos de las Sagradas Escrituras que querría hoy comentar y compartir con vosotros.
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos -oráculo de Yahvé-. Porque cuanto aventajan los cielos la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros, y mis pensamientosa los vuestros.” (Isaías 55, 8-9).
"El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14).
Puede parecer que guarden poca relación e incluso que sean contradictorios o incompatibles. En el primero, en nombre de Dios, el profeta declara la distancia infinita que separa la santidad divina de la naturaleza de cualquier criatura creada por Él y en especial de la vida y de los caminos de los hijos de Adán, que vagan errantes por la Tierra. A la distancia propia de la criatura, los hijos de la ira añaden además otro abismo de iniquidad que puede parecer insalvable y que explica la afirmación de Isaías. 

Sin embargo, estas palabras suelen ser interpretadas erróneamente cuando se aventura a señalar que los caminos de Dios "nada tienen que ver" con nuestros caminos. Sería una interpretación hasta cierto punto justificada si tuviéramos sólo en cuenta la revelación divina veterotestamentaria. ¿Acaso no consiste el pecado del hombre en esa continua aspiración a apoderarse del solio de Dios y de plegar su voluntad a la de sus proyectos megalómanos? Dios tendría necesidad de poner tierra entre medio y de distanciarse en defensa de su libertad. 

Sin embargo, esa interpretación sería sólo hasta cierto punto justificada. En el Antiguo Testamento Dios prepara el camino real, su Camino definitivo para que un día lo puedan recorrer todos los hombres de buena voluntad. A través de signos y figuras, Dios muestra su gran amor amor y predilección por los hombres, a los que sigue amando a pesar de todas sus rebeliones e infidelidades. En el desierto, durante el Éxodo, el pueblo de Israel fue testigo de la presencia gloriosa de Dios que había hecho su morada en medio de ellos. Efectivamente, la tienda del encuentro y la nube son los mejores signos de esa voluntad divina. Y a estos signos remite san Juan al hablar de la Encarnación del Verbo, quien siendo una sola carne con nosotros los hombres (Gn 2, 24) ha puesto su morada entre nosotros. 

Son muchas las consecuencias que se deducen de esta maravillosa iniciativa divina. Ahora, desde que estamos en la plenitud de los tiempos, no es verdad del todo que los caminos de Dios no sean nuestros caminos. En cierto sentido, puede y debe decirse que nuestros caminos son los suyos. El Beato Juan Pablo II escribió en su primera encíclica estas palabras que ahora transcribimos. La Encarnación significa haberse unido al hombre, pero...
...«no se trata del hombre 'abstracto', sino del hombre real, del hombre 'concreto', 'histórico'. Se trata de 'cada' hombre... en su única e irrepetible realidad humana (...). El hombre tal como ha sido "querido" por Dios, tal como El lo ha "elegido" y eternamente llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente "cada" hombre, el hombre "más concreto", el "más real"; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes en nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la Madre» (Redemptor hominis, 13). 
En los planes de Dios, esta unión efectiva de Cristo con cada hombre se realiza a través de la Iglesia, pues ella es en el mundo como un sacramento universal de la salvación. Esta solicitud de Dios por cada persona no es abstracta, sino que actúa a través de los cristianos -hijos de Dios y de la Iglesia- y debe de llegar hasta los confines del mundo. El 18 de septiembre el Papa Francisco pronunciaba estas palabras en las que se refería a la Iglesia como madre:
“La Iglesia es así, es una madre misericordiosa, que entiende, que siempre trata de ayudar, de alentar; incluso cuando sus hijos se han equivocado y se equivocan, no cierra nunca las puertas de la Casa; no juzga, sino que ofrece el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino, incluso en aquellos hijos que han caído en un profundo abismo, no tiene miedo de entrar en su oscuridad para darles esperanza”.
Si nuestros caminos son ahora los caminos de Dios, también nosotros debemos encontrarnos con nuestros hermanos los hombres cuando sus caminos y los suyos se cruzan. Quizá en un momento de descanso, entonces, hablaremos cada uno de la trayectoria que sigue, de las incidencias del viaje, de nuestras ilusiones y de nuestras esperanzas.

Nuestros blogs son también un trasunto de este entrecruzamiento de las vidas. ¡Cuánta gente llegamos a conocer mientras llevamos adelante las publicaciones de nuestros post!

¡Mi camino, vuestro camino!


Joan Carreras del Rincón