5 de marzo de 2014

Un buen consejo para esta Cuaresma que comenzamos hoy



Para este tiempo fuerte que estamos a punto de comenzar, la Iglesia, con solicitud maternal, nos propone tres prácticas, la oración, el ayuno y la limosna, como medios que nos ayuden a procurar una conversión personal, a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros mismos y a los demás.

Pablo Domínguez fue un sacerdote diocesano de Madrid muy aficionado al excursionismo que falleció en un accidente de montaña en el Moncayo a los 42 años de edad en febrero de 2009. En 2010 se publicó su testamento espiritual, "Hasta la cumbre", un libro que recoge los ejercicios espirituales que dio justo antes de morir en el Monasterio de Santa María de la Caridad, en Tulebras, Navarra. Cuenta en este libro una anécdota de cuando fue a dar unas clases a un seminario de Japón. En Japón hay muy pocos cristianos, aproximadamente un cinco por ciento de la población total, de los cuales, un uno por ciento son católicos. Pablo estuvo allí justo la semana que comprendía el miércoles de ceniza y el primer viernes de Cuaresma. Lo relataba así: 

"Y pensaba yo cómo se viviría el ayuno en Japón. Y llegó el momento de la comida. Nos sentamos todos y pusieron un trocito de pan: un trocito de pan, una cosita así, minúscula, dos dedos. ¡No era una miga, sino la comida que íbamos a comer!  
¡En fin…., empezamos a comer! Mientras leían el Kempis en japonés y yo lo seguía porque tenía una versión en inglés. Con un mendruguito de pan y con el Kempis, la duración de la comida era de media hora. Yo iba cogiendo, miga a miga, mientras leía el Kempis en inglés. 
La crisis que tienes justo al salir de ahí es increíble, porque ese día, además, no sabes muy bien por qué, te da un hambre espantosa. Estás que te comes las paredes y sientes que, por lo menos, después de la comida, llegará la cena. ¿Qué nos dan de cena? Ni el mendrugo de pan: el Kempis sin nada.” 
Y continúa Pablo…
“Realmente, se dice uno mismo, qué poca cosa somos, que ayunas un poco y empiezas a sentir que no eres nadie. Pues eso es lo bueno del ayuno, que uno se da cuenta de que no vale nada, de lo poquito cosa que somos, que nos quitan un poco de comer y tendemos a estar inquietos. Somos así".

En cierta ocasión le oí a mi suegro relatar una anécdota de alguien a quien el médico le mandó comer mucho pescado y que para sus adentros se reía pensando: "Jajá, este no sabe que a mí me encanta el pescado". Y es que a veces se nos ocurre pensar que lo que prescriben o prohiben los médicos es para fastidiar.

Del mismo modo corremos el riesgo de despreciar los ayunos y abstinencias que la Iglesia nos propone para el tiempo de Cuaresma, porque nos gusta el pescado o porque estamos a régimen. Nos pueden parecer prácticas tan poco exigentes que las encontremos vacías de sentido y así corremos el riesgo de reaccionar como Naamán el sirio, que despreciaba el remedio para limpiarse de la lepra que le había propuesto el profeta Eliseo por considerarlo demasiado fácil. Por suerte Naamán fue bien aconsejado por sus sirvientas, hizo caso a Eliseo y quedó limpio de la lepra. 

En definitiva, pienso que las prácticas cuaresmales tienen, al menos, el sentido de ayudarnos a crecer en humildad al obedecer lo que la Iglesia nos propone. Y si queremos más, siempre podemos vivirlas "al estilo japonés".

Ujué Rodríguez