23 de abril de 2014

LA ASUNCIÓN DE SAN JOSÉ A LOS CIELOS

             
 Después de la muerte de San José por amor, cuando quedaban en este tierra Jesús y María, nada sabemos de él. Creemos que fue a gozar de la presencia de Dios, a llenarse del semblante de Dios, como dice el salmista.
            San Mateo dice que a la muerte de Cristo “se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de los santos difuntos resucitaron y salieron de sus sepulcros después de la resurrección de él, y entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos” (Mt 27,53). La mayoría de Santos Padres, exégetas y teólogos y tratadistas josefinos lo interpretan de una resurrección corporal, como la de Lázaro. Algunos opinan que no fue una resurrección real sino sólo en especie corporal. Unos opinan que resucitaron para no volver a morir, otros en cambio, que volvieron a morir.
            Sea lo que sea  de ese tema, por lo que se refiere a San José, la inmensa mayoría de los autores josefinos y algunos santos están de acuerdo que la resurrección de San José se culmina con su asunción a los cielos en cuerpo y alma. Gersón (+ 1429) el gran devoto y tratadista josefino y quizás el primero, no se atreve  a afirmarlo: “Piense, pues, el alma piadosa si no es el justo José uno de ellos (los que resucitaron después de la resurrección de Jesús) y se apareció a María, su castísima esposa, la consoló y finalmente subió al cielo juntamente con Cristo en su ascensión. Glorificado, sin duda, en el alma, si también en el cuerpo no lo sé, Dios lo sabe” (Sermón e la natividad, Consd. tercera, al fin).
            Sin embargo, San Bernardino de Sena (+ 1444) lo afirma claramente: “Piadosamente se ha de creer, pero no asegurar, que el piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su santísima Madre, a su padre putativo;  de modo que como  a esta la subió al cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió consigo al santísimo José en la gloria de la resurrección; para que como aquella santa Familia – Cristo, la Virgen y José-  vivió junta en la laboriosa vida y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en los cielos”(Sermon de S. Joseph, a. 3) Y después se impone unánimemente como creencia piadosa, no como dogma de fe, que San José este en cuerpo y alma en el cielo junto con Jesús y María, aunque no aparezca explícitamente en las Escrituras ni en los Santos Padres, como tampoco aparece la Asunción de María.
            Es también la opinión piadosa de San Francisco de Sales:”¿Qué nos queda ya que decir sino que no debemos dudar ni en un punto que este glorioso santo tenga gran valimiento con aquel que lo magnificó hasta llevárselo consigo en cuerpo y alma al cielo?...Si es verdad lo que debemos creer que en virtud del Santísimo Sacramento que recibimos en nuestros corazones, nuestros cuerpos resucitarán en el día del juicio Cómo podemos dudar que nuestro Señor haría subir consigo al cielo en cuerpo y alma al glorioso San José, que mereció la honra y la gracia de llevar con tanta frecuencia en sus benditos brazos a Jesús que en ellos tanto se complacía? ¡Cuántos besos le dio tiernísimamente con su boca bendita para recompensar en algún modo sus trabajos! Luego, sin duda ninguna, San José está en el cielo en cuerpo y alma”.(Sermón de San José. BAC, 1953, n.109, p.351-52
            Podía multiplicar los textos sobre esta gloria de san José. Quiero solamente citar un autor y teólogo moderno, el P. Bonifacio Llamera, O.P. Aduce 8 razones a favor de esta piadosa sentencia, la ultima es esta: Parece razonable que la Familia Sagrada, integrada por Jesús, María y José, predestinada a iniciar la nueva vida divina del linaje humano con anterioridad a todos los demás cristianos, inicie también la vida gloriosa de la resurrección con anterioridad a todos los demás. Verdad es que Jesús y María son muy superiores a San José, pero esa superioridad no obstó para que el Santo Patriarca  perteneciera a la Sagrada Familia y con nexo tan entrañable como el esponsal y paternal. No parece, pues, que estando ya resucitado Jesús, esté sin resucitar su padre, y estando ya resucitada María, esté sin resucitar su dignísimo esposo”. En conclusión, “podemos, por tanto, creer que San José, nuestro amantísimo Patriarca, ha triunfado ya en cuerpo y alma, gozando como todos lo otros santos y de un modo absoluto, de la vida del alma, y también de la vidas del cuerpo, que a él principalmente le es debida, en la divina e inseparable compañía de Jesús y de María” (La teología e San José, p. II, c. 6 p. 306; BAC 1953)
            San José pertenece al orden hipostático, es decir,  el orden de la comunicación de Dios a la criatura humana mediante la Encarnación del Verbo, de su Hijo en el seno de la Virgen María, ese orden supremo de gracia en el que la bondad de Dios se puede comunicar a los hombres, muy superior al orden de la gracia sobrenatural en el que se mueven todos los demás cristianos y santos. A este orden sublime y maravilloso de comunicación de Dios sólo pertenecen Jesús, la virgen María y San José, que ocupa el grado ínfimo, pero muy superior al de todos los santos por ser de un orden muy superior. San José pertenece al orden hipostático por el consentimiento que dio a Dios, cuando “le llamó nuevamente a este amor esponsal” (RC 19) de tomar a María su mujer en su casa, en cuyo matrimonio debía nacer Jesús, y por su paternidad sobre Jesús, en fuerza de este matrimonio. Que San José está incluido en le decreto divino de la Encarnación el Verbo, ya que en él no sólo esta incluido lo que ha de realizarse en el tiempo sino el modo y orden de su ejecución, en palabras de San Tomás.
            Según este principio y doctrina es conveniente, coherente y lógico y acorde a los modos de Dios que San José este en cuerpo y alma en el cielo junto con María, su esposa y Jesús, su hijo. Sería feo que faltase él.

Millones de devotos de San José gozan y disfrutan pensando y viendo a su santo y querido Padre, Señor y Patrono en el cielo en cuerpo y alma en toda su gloria singular y esplendor junto a María, su esposa y su hijo Jesús,  de quien no cesa de alcanzar gracias y bendiciones con sus ruegos incesantes, que para Jesús las peticiones de su Padre son mandatos.