11 de julio de 2014

MIENTRAS LA VIDA APARENTA DORMIR

En el tercer mes pasa de llamarse embrión a feto, tiene piernas y brazos, quizás ya es posible distinguir su sexo. Ya mueve mucho sus brazos y piernas, el líquido amniótico facilita los movimientos del embrión (aunque es tan pequeño que la madre no puede sentirlos). Los dedos de sus manitas ahora tienen uñas.


Hay muchos niños en el mundo que en este momento aparentan dormir en el seno de sus madres. Sin embargo, simplemente es, porque la realidad es que viven bien despiertos en el seno de sus madres. En estos momentos, quizás cientos de miles, han comenzado su lucha por la vida dentro de un mundo muy particular, el seno de mamá, y allí, ajenos a todo lo que ocurre y se habla a su derredor, ellos, día a día, se alimentan, desarrollan y crecen para en un tiempo no muy lejanos, próximo a los nueve meses, salir a la luz de este nuevo mundo para ellos.

A pesar de los adelantos de la ciencia, poco se sabe de ellos en los primeros meses de su vida. Todavía no adivinan su género, ni tampoco sienten sus movimientos ni revoltijos. Su mundo es un mundo de aparente silencio aunque su hogar, el seno de su madre, viva agitado, en movimientos estresados, con cierta indiferencia o sin tomar conciencia de que dentro de sí misma hay otra vida igual a ella, aunque en desarrollo, y con sus mismos derechos. 

Hay momentos, en los tres o cuatro primeros meses, que su vida pende de un hilo, del hilo que su propia madre quiera hilar. En muchos países han decidido legalizar el derecho a condenarlos a muerte ignorando su identidad, su presencia y su derecho a la vida. Todos miran hacia otro lado ignorando que está vivo y que vive en el seno de su madre. Y otros esperan su diagnóstico físico o intelectual para decidir su veredicto. Dependiendo de eso serán considerados hijos con derecho a la vida, o reos de muerte.

Es un drama el que se vive en ese mundo, en puro silencio, durante los primeros meses. Un drama que se descubre y percibe más en el mundo animal que en el humano. Un drama donde la vida es condenada a  muerte, cuando la vida nace para vencer a la muerte y prevalecer eternamente. Un drama ante el que, el mundo cierra los ojos y mira más a su propio ombligo que al bien común de los hombres que lo habitan.

Un mundo donde las madres, entregadas por amor, lo prolongan en la nueva vida de la que son portadoras, necesitan reflexionar y descubrir que la vida es el don recibido más preciado por el que los hombres nacen y viven para amar y ser amados. Interrumpirla es lo más cruel que el ser humano puede hacer.

Salvador Pérez Alayón