21 de agosto de 2014

Porqué la Virgen María continúa siendo el Modelo del Discípulo Cristiano de Hoy.


Recientemente, el día de la Solemnidad de la Asunción de María, durante una reunión amistosa, algunos nos comentaban que les parecía irrelevante esta fiesta, que no tenía ningún sentido para los cristianos de hoy. Al continuar escuchando los comentarios, me di cuenta que no sólo cuestionaban el valor y la relevancia de esta solemnidad, sino que también el rol de María en la Historia de la Salvación. Entre los presentes, había graduados de colegios católicos, pero sus testimonios constataban que su fe estaba más bien ligada a recuerdos de la devoción mariana de sus padres, abuelos y personas de antaño, citando actos de religiosidad popular y tradiciones familiares. María no se veía presente en la realidad de sus vidas.

                Es paradógico, que María es, por una parte, una invitación al Catolicismo, mientras que por otra, es un obstáculo, principalmente para los protestantes y para muchos Católicos alejados, pero hay testimonios que nos pueden alentar. Curiosamente, María fue también en cierto momento de su vida un obstáculo en el viaje espiritual de un joven polaco, Karol Wojtyla, que creció en un país de profunda tradición mariana y más tarde llegó a ser el Papa Juan Pablo II, el primer papa que, en su Obra Don y Misterio, hizo público un relato de su esfuerzo por discernir su vocación cristiana. Como él mismo dice, cuando abandonó su natal  Wadowice para ir a la universidad «Jagiellonian» de Cracovia, se sintió abrumado por la  devoción de su patria hacia María: «Empecé a cuestionar mi devoción a María, convencido de que, si llegaba a ser demasiado intensa, podría acabar por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo».

                Escasamente reconoceríamos estas últimas palabras que emanaron del mismo santo que dedicó su pontificado a María. La figura de María, más que un obstáculo para encontrar a Cristo vivo, fue para él el camino privilegiado para acceder a Cristo. Durante la brutal ocupación nazi de Polonia,  en la Segunda Guerra Mundial, Karol Wojtyla empezó a leer al teólogo francés San Luis Grignion de Montfort (1673-1716). La obra más importante de Montfort, ‘Verdadera Devoción a María’, enseñó a Wojtyla que la auténtica devoción mariana es, en realidad, cristocéntrica, porque «nos conduce necesariamente a Cristo, y por medio de Cristo, que es hijo de María e Hijo de Dios, nos introduce en el misterio mismo de Dios, en la Santísima Trinidad.

                Podemos confirmar lo que escribe Montfort en la fuente original, el Nuevo Testamento. La última palabra que pronuncia María en el Evangelio es: “Haced lo que Él os diga”, dirigida a los sirvientes de la boda de Caná (Jn 2, 5). Este breve pasaje resume la función específica de María en la Historia de la Salvación.  Desde el momento de la Encarnación, María manifiesta desde lo más profundo de su corazón que está dispuesta a conducir su vida, no en torno así misma, sino hacia su Hijo, que también en la carne es Hijo de Dios. María nos introduce en el corazón de la Santísima Trinidad. Al definir Montfort toda verdadera devoción a María esencialmente cristocéntrica y trinitaria, nos muestra que es una invitación a un encuentro más íntimo con el misterio de la Encarnación y el de la Trinidad, para reflexionar más profundamente sobre quiénes somos y quién es realmente Dios. Sólo así podemos ser fieles a nosotros mismos, como lo fue María.

                San Juan Pablo Magno, frente al santuario mariano de Czestochowa en 1979, en su primera visita papal a Polonia, fue contundente en su testimonio: «Soy un hombre de profunda confianza; y aquí es donde aprendí a serlo. Aquí aprendí a confiar, en oración ante esta imagen de María que nos introduce en el misterio de la función especial que ella desempeña en la historia de salvación que, a su vez, es la historia humana leída en profundidad. Aprendí a confiar no en «opciones» o «estrategias de éxito», sino en la madre que siempre termina llevándonos a su Hijo, Cristo, y que nunca es infiel a sus promesas».

                Aprovechemos la gran riqueza que nos ofrece la Teología Católica sobre María. El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar sugiere que la Iglesia, en todas sus etapas, está configurada a imagen de las grandes figuras del Nuevo Testamento: la Iglesia que proclama y evangeliza reproduce la imagen de Pablo, apóstol de los gentiles; la Iglesia que contempla y cultiva el misticismo se configura a imagen del apóstol Juan, el discípulo preferido de Jesús, que se reclinó sobre el pecho del Maestro en la Ultima Cena; la Iglesia que ejerce su autoridad actualiza la imagen de Pedro, al que Cristo confió el poder de las llaves, es decir, el poder de atar y desatar, y al que mandó que «fortaleciera la fe de sus hermanos» (Lc 22,3), y la iglesia que vive como «discípulo», que es la base de todo lo demás, tiene su imagen en una mujer, María, la primera de todos los discípulos y, por tanto, madre de la Iglesia….Este es el fiat de María en su totalidad. De María podemos aprender una sola lección cuyo aprendizaje transcurrirá a lo largo de nuestra vida y que tanto trabajo nos cuesta aprender, ya que estamos condicionados por la cultura contemporánea a la falta de confianza.

                María comprende gracias a su humildad, que sólo Dios proveerá, mientras que en nuestra cultura, se habla de «Dejar abiertas las opciones» que no es ciertamente, el mejor camino hacia la felicidad o la santidad, sino una trampa que acaba por destruirnos. Con frecuencia escuchamos que esta generación ‘no está abierta al compromiso’. La razón: es una generación que ha perdido la confianza en Dios y en sí misma, no obstante la exaltación de la auto-estima en nuestra cultura.  Por eso, no debe de extrañarnos escuchar todas esas noticias y comentarios sobre lo que regularmente charlamos: infidelidad, adulterio, destrucción de la familia; políticos y servidores públicos que traicionan su compromiso de servir al pueblo; sacerdotes y religiosos que traicionan sus votos de fidelidad a Cristo y a la Iglesia; las vidas de las estrellas de cine, como si fueran ejemplares;  maestros universitarios que prefieren el lenguaje ‘políticamente correcto’ a enseñar la verdad; la injerencia del narco en el poder político; el lavado de dinero; y el aborto, que se ha convertido en el holocausto moderno, que ha cobrado más vidas que todas las guerras combinadas, partiendo de la Guerra de Corea (1952), hasta nuestros días.  Esto es comprensible, hablamos mucho, pero la puerta de nuestro corazón sólo está abierta a ‘opciones personales’, es decir, puro egoísmo disfrazado con el eufemismo de ‘superación personal’. El éxito lo justifica todo.

                Más allá de la frivolidad que nos ofrecen los medios, debiéramos ver hacia el interior. Esa falta de confianza que enferma a esta sociedad que ha optado por el relativismo moral, hincándose ante el ídolo moderno de la tolerancia, ha creado un vacío en las almas de los jóvenes, principalmente, que nos bloquea el acceso a la misma gracia de Dios. Por eso, tampoco debiera extrañarnos que tantos jóvenes se identificaran con San Juan Pablo II, que era el compromiso encarnado, aún en sus últimos años. Prueba de esta identificación fueron las Jornadas Mundiales de la Juventud, que han continuado. La próxima será  Cracovia 2016, en su tierra. En una cultura popular en que los padres son distantes para sus hijos, que escasamente dialogan, juegan y comparten su vida, muchas veces separados por divorcios, paternidad a proxi y heridos por conflictos, estos jóvenes encontraron irresistible al santo que platicaba, jugaba y reía con ellos. Al mismo tiempo, demostró coherencia en sus compromisos y jamás exigió compromisos que él no hubiera aceptado.


                                 Reflexionemos sobre nuestra vocación en la vida. Por eso, él no dudó en incluir el episodio de Caná en los Misterios Luminosos del rosario. Todos tenemos una vocación, que es algo único que podemos realizar sólo con la providencia de Dios. María nos invita a vivir en una profunda y gozosa confianza en Cristo, sin reservas. No nos conformemos con meras especulaciones y cálculos. Es el camino a la felicidad, a la plenitud y a la santidad. Es un camino de comunión y liberación.

                En su fiat inicial, en la Anunciación, María pone de relieve que Ella es la primera entre los discípulos de Jesús y el modelo absoluto de la vocación cristiana. Después del saludo del ángel, llena de gracia, no entra en negociaciones ni en contratos pre-maternales, a la manera de los contratos pre-nupciales que se usan hoy en día. Para Ella no hay estrategias de éxito ni opciones que dejar abiertas. Ella sólo confía en el plan de Dios y emite su exquisita respuesta: “He aquí la esclava del señor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38). Su perfecta  confianza se extiende más allá del tiempo, y entra en la eternidad.

En la doctrina católica, María es el primer discípulo en todos los sentidos. Ese es precisamente el significado de la «Asunción», que nos enseña que María, después de morir, en su «dormición», fue «elevada» al cielo en cuerpo y alma. La Iglesia ratificó esta enseñanza hasta 1950, con la Bula Munificentissimus Deus, del Papa Pío XII, pero la fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor después de su muerte ya existía; desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y se generalizó. Hay escritos de los historiadores eclesiásticos del siglo IV que se refieren a la Asunción de María como una tradición muy antigua. En el Siglo V se hablaba del Memorial de María y en el Siglo VI, los historiadores citan la Dormición. Debido a su unanimidad, la fuente no puede ser otra que los mismos apóstoles y por lo tanto, es  revelación divina, ya que la Revelación, según enseña la Iglesia, termina con la muerte de San Juan. A partir del Siglo VII, el Papa Sergio I promovió procesiones a la Basílica Santa María la Mayor el día de la Asunción, como expresión de la creencia popular en esta verdad tan gozosa. Por lo tanto, el dogma de la Asunción es liberador, ya que nos confirma la certeza de que tenemos a Nuestra Madre gloriosa en el cielo.

                San Juan Damasceno, el año 754 subraya la relación entre la participación en la Pasión y el destino glorioso: «Era necesario que aquélla que había visto a su Hijo en la Cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor... contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre».

                En su Catequesis del 2 de Julio de 1997, el Papa Juan Pablo II nos dice: "El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la Santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo."

                Al entrar el fiat de María en la eternidad, también eleva a los humildes. La fiesta de la Asunción prueba literalmente que Dios eleva a los humildes. María es elevada a la vida eterna junto a su Hijo, mientras que nosotros seguimos atados a nuestro instinto de auto-preservación. Seguimos llenándonos de nosotros mismos con actitudes individualistas tales como: ‘Si yo no me ocupo de ser el primero, entonces ¿quién lo hará?’ Pidámosle a María que nos ayude a vivir más como Ella y a experimentar la verdadera alegría. Que nos ayude a cantar un Magnificat desde nuestras propias almas.

                Al reflexionar sobre el Magnificat, hagamos una pausa para asimilar qué significa la dispersión de los soberbios (Lc. 1, 51). Veamos qué sucede a los soberbios. Para saber quiénes son los soberbios, no hace falta mirar más allá de nosotros mismos, que tenemos que luchar constantemente con esta maliciosa raíz de todos nuestros pecados. María se pone feliz cuando la soberbia se dispersa y nuestra perspectiva se amplía. En vez de seguir viendo las cosas desde una perspectiva miope, nos abrimos a los pensamientos que guardamos en nuestros corazones para reconocer a nuestros hermanos y sus necesidades. Esa es el corazón de María.

                A las mujeres, María nos llama a no renunciar a nuestra naturaleza esencial ni a nuestra vocación. La cultura contemporánea nos quiere privar de los dones que Dios nos ha dado, reduciéndonos a objetos de una sociedad de consumo. Nos alimenta de las ‘bellotas de los puercos’, como lo deseaba el hijo pródigo, cuando no le daban nada en aquel país extraño (Lc 15, 16).  Esto se manifiesta en las modas, en la explotación sexual a la que muchas veces la mujer se somete por propio consentimiento; en el aborto, donde la mujer convierte su vientre en un sepulcro para su bebé, en vez de ser una fuente de vida; en la familia, donde también ha visto vulnerado su rol de madre y esposa; en el terreno político y social, donde ha ganado ciertos derechos que atentan contra su propia dignidad. Somos la generación que hemos obtenido más oportunidades de desarrollo humano y profesional, pero nos hemos ido alejando de Dios para ocuparnos de ‘las opciones’ de superación que nos ofrece el mundo, en vez de mirar hacia la verdad de Cristo y guardar ‘todas esas cosas en nuestro corazón’ como lo hacía María.  Desde las cenizas de los más brutales regímenes del siglo XX –entre Nazis y Comunistas- surgió la luz de santidad de Juan Pablo II, plenamente feliz y con un corazón que desbordaba de amor, como un hijo de María.  También nosotros estamos llamados a despojarnos de las cenizas de la dictadura del relativismo para vivir en la civilización del amor.

                Y nosotros…..¿Dónde estamos depositando nuestro fiat? María pronunció su fiat original al Padre, a través del ángel y el Padre lo depositó en el Hijo, para ser consumado en la Madre y el Hijo a través del Espíritu Santo. Cuando el Padre recibe todo este fiat trinitario, lo distribuye a la humanidad por medio de la Eucaristía y el Espíritu Santo. Fue una alianza sellada originalmente entre el Padre y la Madre por la mediación del Espíritu. Nosotros, al depositar nuestra confianza en las ‘opciones’ que nos presenta la sociedad moderna -que con frecuencia traiciona nuestra confianza y nos hace dudar, más que creer- nos dejamos seducir por el materialismo y nuestra cultura sólo ofrece terapias como compensación. Esta sociedad terapéutica nos ofrece un analgésico, un calmante o un soma, y nos desecha.

                Seamos discípulos de Cristo, como María, con una vocación de Madre universal. Nuestra vida está en manos de Dios y no podemos abandonarla en nuestras propias manos,  ya que no somos dioses. Hablemos de María a nuestros seres queridos y recemos el santo Rosario. Encomendémonos a Ella, en el mismo espíritu en que lo hacían San Luis Grignion de Montfort y San Juan Pablo Magno, con un gozoso ‘Totus Tuus’.  

                                                            -Yvette Camou-


                      Referencias Bibliográficas:

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Cardozo, Joaquín, SJ. ‘Estudios sobre la Asunción’/Documentos Históricos sobre la Asunción. Encuentra.com

Louth, Andrew. 'St John Damascene: Tradition and Originality in Byzantine Theology (Oxford Early Christian Studies). Oxford University Press. 2005.  Pág. 73.

Monfort, St. Louis-Marie Grignion. ‘True Devotion to Mary’. Págs. 77, 79 & 123-124.  Tan Books & Publishers. Rockford, Illinois. 1985.

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Weigel, George. ‘Witness to Hope: The Biography of John Paul II’. Págs. 60, 61, 310. Harper-Collins/Cliff Street Books. 1999.