15 de agosto de 2016

MARÍA, ESPERANZA DE RESURRECCIÓN



Siguiendo la estela de María, pues es nuestra Madre, aprendemos y conocemos el camino para llegar, como Ella, a la aspiración más grande de toda criatura: “La Resurrección”, porque, hoy, quince de agosto, celebramos su Asunción a los Cielos. Y, tal y como Ella nos indica con su vida y su humildad, gozar de la presencia del Padre en plenitud y eternidad.

Aprender, como Ella nos testimonia, a acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, ni alejarnos de su amor. Estar en constante intimidad y contacto con Él y seguirle a cada instante y a todas partes. Incluso en los momentos más inoportunos, sufridos, desconcertantes y oscuros de nuestra vida. No perder la fe ni la esperanza.

María, la Madre, es luz, camino y ejemplo para fortalecernos en estos menesteres y retos. Sí María es nuestra Madre, se supone, por lógica y sentido común, que quiere para sus hijos lo mejor. Y dará todo lo suyo por sus hijos. Si el Padre la ha llevado al Cielo, hará lo mismo con cada uno de sus hijos, por los méritos del Hijo, del enviado, de que ha pagado por nuestro rescate.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte".

Y el Papa San Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos: "El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (San Juan Pablo II, 2-julio-97). 

María nos orienta hacia un horizonte de esperanza de Resurrección. María nos conforta y nos ilumina, porque, Ella, criatura humana como nosotros, es la primera, por y para Gloria de Dios, que anticipa la Gloria de la Resurrección, prometida a todos los que cumplen la Voluntad de Dios. Demos gracias al Padre por nuestra Madre, Madre que nos acompaña y nos acerca al Hijo, el Mesías, el Redentor.